Sirenas de alarma sonaron en mi cabeza, cuando hace unas semanas, en la peluquería oí a dos peluqueras -con tipazo que quita el hipo- comentar que tenían que apuntarse al gimnasio sin falta, “pues como tardemos mucho ya será muy tarde”.
A pesar de haber empezado el año con buen pie, hacía semanas que no me había echado al hombro el petate con las zapatillas. Hace unos días llegó oficialmente, aunque tímidamente en cuanto a temperaturas, la primavera, así que no me sentí “con la muerte en los talones” -a pesar de que mi báscula y el botón de los vaqueros decían lo contrario… Súbitamente, en prácticamente todos los canales de televisión, no hacía más que oír “Operación bikini, operación bikini, operación bikini” y juro que no era mi conciencia.
Hoy, por fin, he dejado la intención atrás a favor de la acción: he cogido la bolsa y me he plantado en mi clase de spinning, más llena de lo habitual confirmando la recién iniciada cuenta atrás.
En la primera fila los habituales, aunque tentada de auto-relegarme a la última para evitar la vergüenza de que me vieran resoplar sin aire, me coloco en la segunda. Estamos en plena subida -al Tourmalet, como mínimo- y siento como si fuera a enganchar con mi nariz el tanga de la torneada ciclista que tenía delante y que hacía las delicias de los machotes que me flanqueaban. Un punto que muy a menudo me intriga, siendo una persona que se pasa las clases palpando la cinturilla del pantalón para evitar ese tipo de escena, mucho menos propicio que se trasparente dicha prenda.
Vamos de bajada en sprint – “¿cómo andáis de RPM?, equipo”, pregunta el monitor, “¡ si estamos entre 110 y 120 vamos bien. Y cuidado, que controlo vuestras piernas!” – y mi atención se desvía al que pedalea al lado de la chica del tanga: suda a mares y se quita la chaquetilla de su equipo de ciclista profesional. Debajo lleva un coulotte de tirantes y a través del espejo veo lo único que hace que casi me caiga de la bicicleta de la impresión… un pecho peludo con sus correspondientes pezones semicubiertos por los tirantes. Menos mal que a duras penas puedo pensar del esfuerzo físico y la escena mental no llega a ir más allá de un atuendo de cuero estilo sado-maso… Al salir de la clase, veo que el suelo está en desnivel, pues el charco que ha dejado a su alrededor se está deslizando hacia la puerta.
Y qué decir de que, afortunadamente, pasó la moda de los 80 que plagaba los gimnasios de mallas fosforescentes de corte tanga subido hasta la cintura… sólo Jane Fonda era capaz de lucirla con algo de clase. ¿De la que me he librado!
A pesar de que tengo una extraña manía por tardar lo menos posible en el vestuario tras la ducha, también me veo sorprendida por esa chica que se coloca ante el espejo en tetas como si de una pistolera se tratara, sólo que en vez de revólveres carga con dos secadores. Desenfunda y mirando fijamente su propio reflejo se seca el pelo con los dos artilugios a todo trapo, a pesar de lo cual cuando me marcho aún sigue ahí atusándose el pelo satisfecha con su buena inversión en silicona.
Al salir, siempre encuentro a mi “informante” con el pelo chorreando y, sobre todo en invierno, le pregunto por qué no se lo seca. “Desde que he visto a un hombre secándose los testículos con el secador, creo que paso…”
A ver si mañana consigo dejar atrás la intención para pasar a la acción, así empiezo la operación bikini… del 2011.