Estoy convencida de que en caso de tener una abuela como la de mi amiga Olaia o mi amigo Jon, cuidaría con gran recelo la llave de mi despensa.
Han pasado más de dos años desde aquella noche en que probé aquel bonito en aceite, elaborado con mimo por la abuela de Jon y pescado por su propio tío allá en Euskadi, de repente todo lo que había sobre la mesa desapareció. Hace ya tanto tiempo… ¡y no lo puedo olvidar! (espero que Jon lea estas líneas y se acuerde de mí la próxima vez que venga por Barcelona).
La abuela de Olaia tiene una granja en Galicia, y cada año hace una matanza de la que, normalmente, pruebo el chorizo, siempre en la riquísima empanada que nos hace de vez en cuando la orgullosísima nieta. Pero este año, he tenido la oportunidad de catar su jamón curado y… ¡me muero de la envidia!
No es una novedad, siempre he envidiado a aquellos que cuentan con un familiar que hace matanza, o que conoce a alguien que la hace y le da alguna sobrasada, algún botifarró… porque por mucho que uno se esfuerce en encontrar la carnicería indicada -sobre todo en Palma-… no es lo mismo.
Tantas veces abrí la nevera de mi abuela y vi la cazuela de barro de cuyo interior, semana a semana, iban desapareciendo las caballas escabechadas con cebolla, zanahoria, laurel, pimentón y granos de pimienta. No recuerdo haber prestado nunca atención a cómo las preparaba, tan sólo a que se podían comer casi sin sentir remordimiento, ya que no estaban rebozadas y fritas previamente.
Lo que sí viene a mi memória, es el sabor de los aros crujientes –grenyals, dice ella- de cebolla. La próxima vez que la vea a ver si la convenzo de que me las prepare, libreta en mano.
probando….
aquí la nieta orgullosa de su abuela y de su amiga, que tiene un don para apreciar las buenas cosas y luego contarlo tan bonito…