Hace unos días inicié sin saberlo una romería por las calles de Barcelona. En ningún momento pensé que hacerme con un manojo de hinojo, incluso de hierbabuena, iba a resultar harto difícil.
Entré en mi frutería de cabecera y, tras comprobar que en el lineal de las aromáticas sólo ofrecían albahaca italiana, cebollino, romero y menta, me dirigí a un empleado para preguntar si tenían hinojo (Foeniculum vulgare). En seguida me remitieron a la raíz de la planta, muy popular para comer cocinada al horno. Cuando especifiqué que quería las hojas, con mucha determinación y seguridad, el dependiente me dijo “eso es eneldo” (Anethum graveolens).
Contrariada por la corrección le expliqué que no, que lo que yo buscaba era hinojo, las ramas de la misma raíz que él mismo comercializaba y volvió a decirme que lo que yo buscaba era eneldo. Ilusa de mí, se me ocurrió pedirle también hierbabuena (Mentha spicata) y, para mi sorpresa, me respondió que eso era menta (Mentha suaveolens). En ningún momento en su tono se percibía sugerencia, en el sentido de “no tenemos hierbabuena, pero tenemos menta, que es parecida”. Obviamente no me esperaba ese tipo de contestaciones de un profesional de los productos de la huerta y salí del establecimiento algo enojada e inicié mi particular procesión.
Llegué al mercado de La Concepción, un pequeño y coqueto edificio modernista de estructura metálica y me dirigí al puesto en el que pensé podía encontrar mi ansiada hierbecilla, esa que introducida en el buche del pescado, antes cubrirlo de sal, le confiere un aromático pero suave sabor a regaliz. Habitas tiernas, germinados más allá de la soja y la alfalfa y coloridos pensamientos para los platos más sofisticados acompañaban en el mostrador a las fresas, las últimas setas de la temporada y las naranjas que subían en altura hasta sólo poder adivinar la cabezas de las fruteras. Todo fue bien hasta que a mi pregunta respondieron:
“eso aquí es eneldo”
¿?, “no pero…”, intenté responder
“¿Es para el salmón, verdad?”
En ese punto, sentí herido el pequeño orgullo de leída y aficionada a los fogones, “¿piensan que soy idiota?” Me dije para mis adentros, pero lo que pasó a ocupar mi cabeza durante todo el trayecto hasta el mercado de la Boqueria fue la afirmación de “eso aquí es eneldo”. Dejando de lado la lógica de que están vendiendo un producto que se llama hinojo, en el que se perciben pequeños brotes que, si bien es cierto, guardan cierto parecido estético con el eneldo y que lo que crece en prácticamente todos los bordes de los caminos y carreteras del mediterráneo no es más que hinojo, no entendía de dónde venía la confusión. Sensación que reafirmé más tarde al consultar recetarios de cocina tradicional y moderna catalana donde aparece en preparaciones diversas, desde el pescado, verduras e incluso para el encurtido de aceitunas.
Entrar en la Boqueria es toda una experiencia para la vista y los sentidos. Las calles abigarradas del mercado tanto te pueden invitar a mirar, observar, preguntar, como te pueden escupir en busca de aire para las retinas. Como traumatizada por las experiencias anteriores, tomé una decisión: necesito un PROFESIONAL. Así que sin más dilación ni tentaciones me fui directa al puesto de Llorenç Petràs. Echado un primer vistazo a las aromáticas rápidamente percibí que no iba a tener éxito, pero sentí una necesidad de reafirmación y pregunté.
Efectivamente no tenían hinojo, ya que, según me contó el vendedor, aún hacía frío y no había brotado… “pero tenemos eneldo, que es similar”.
Con un manojo de eneldo en la cesta, regresé hacia casa algo decepcionada por el fracaso de mi expedición, pero satisfecha de haber encontrado un profesional que sabe lo que ofrece en su establecimiento.
Muy divertido el paseo en busca del hinojo, aquí en Galicia no se usa, aunque yo le pongo eneldo al salmón, ja,ja