¿Gadgets o trastos?

Ahora no vamos a tiendas de menaje de cocina, sino a tiendas de gadgets en las que uno se marea con todos los chismes que cuelgan de ganchos y pueblan estantes. Más allá del pelapatatas hay todo un mundo… en ocasiones peligroso. Y es que a una se le hace harto difícil visualizar el futuro para poder distinguir cuándo un gadget se convierte en un trasto más ocupando espacio en mi pequeña cocina –ya de por sí sobresaturada-.

Bajo mi punto de vista, la silicona ha sido toda una revolución que merece un post por sí misma, pero si he de hablar de imprescindibles –quitando un cuchillo decente en cuanto tamaño y filo- lo tengo claro: un procesador de comidas –lo que antes de la llegada de las “termomixes” y las “cocineras” era un robot- y una mandolina –sin pretender herir sensibilidades… un rallador de queso de 12 euros no lo es-
La mandolina fue una de las primeras cosas que me compré al independizarme, optando por un modelo japonés de la casa Benriner co., que tanto te lamina un calabacín para un carpaccio, como corta las patatas para freír o te raya la piel del limón. Me costó más de 60 euros hace casi 5 años, pero ha valido la pena.
Tras quemar mi batidora de brazo intentando picar turrón del duro para hacer una mousse –ya, una gran idea- me decidí a concederme el robot. Tenía claro que quería un procesador de Kenwood, y encontré uno que por tamaño no colapsaba mi cocina: el fp270. Desde entonces no cuelo el gazpacho, que ahora se asemeja a una aérea espuma, gracias al vaso americano. Las claras se montan en un “plis” mientras les añado el azúcar sin hacer malabarismos y, cuando estoy de celebración, pico el hielo para los mojitos o los daiquiris de fresa.
He expuesto dos utensilios polivalentes, pero también me seducen otros como el, para mí, muy socorrido laminador de aguacate que permite sacar de la cáscara la carne del fruto al tiempo que la corta en 5 rodajas. También un sacapuntas que te permite hacer tallarines de dos grosores a partir de hortalizas gruesas, como zanahorias, calabacines o rábanos tanto para ensaladas como para sopas.
En definitiva, lo importante es conocer qué es lo que cocinamos más a menudo y calibrar qué usos le vamos a dar a cada utensilio para que no se convierta en un chisme para vacilar a las visitas sin haberle siquiera quitado la etiqueta.

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