Mi partenaire siempre me cuenta cómo su padre asaba las castañas -de cosecha propia- en una caja de galletas de lata con perforaciones que ponían directamente sobre el fuego. Amante como es una del menaje, con mucha ilusión le pedí por reyes una “sartén castañera”, la cual ahora desempeña el papel de trasto, pues nuestra cocina –snif, snif- es vitrocerámica.
No hemos dejado de asar castañas, pero con resultados tibios.
Pero mi partenaire este fin de semana se sacó un as de la manga y me sorprendió con unas magníficas castañas asadas a la sal. Simplemente deliciosas y en su punto.
Y tan sencillo como hacerles el corte de rigor para que no exploten –aunque, como me explica él mismo, si se deja una sin rajar, al oír su estallido sabremos que están listas-, y cubrirlas de sal gorda como si fuera una lubina.
Tras media hora, aproximadamente, con el horno –eléctrico- a toda potencia estaremos degustando unas castañas que se pelan casi solas.
Nunca las he comido así, es una idea fantástica, habrá que probarlas!! Un saludo
A mi tampoco se me hubiera ocurrido nunca… ¡y no quedan nada secas! ya contarás qué tal.Saludos,