Después de un verano súper seco, una decide irse de fin de semana justo cuando no va a parar de llover.
Menos mal que una disfruta con el devenir de las pequeñas cosas y que tuve una pequeña tregua que duró lo que dura una fugaz visita al mercado de los sábados en Carcassonne.
Situado junto al mercado cubierto, en la place Carnot, es una visita obligada junto a la archifamosa Cité.
Tomatitos cherry como los de antes –no como pelotas de ping-pong- comparten puesto con enormes ramos de fragante hierbabuena y racimos de uvas extradulces lo hacen con alcachofas moradas y remolachas asadas.
Si los de verdura y fruta llaman la atención, más pintoresco puede parecer el que exhibe sin pudor unos diminutos erizos junto a grandes ostras y mejillones. Obviamente me escandalicé por el tamaño de esos erizos pero, al preguntarle al ostrero, supe que es una de las 11 variedades de erizo que se cogen en los cercanos étangs –marismas- y que no crecía más.
Así que no dudamos más y nos compramos una docenita “para probar”. La mayoría estaban muy vacíos y como el sabor es tan sutíl había que esperar un ratito a percibir el sabor en boca.
La afición por el buen pan en Francia compite con la afición por los quesos, y ello se traduce en puestos con variedad de panes con variedad de semillas, aunque, por el contrario, fue totalmente imposible encontrar un croissant con cuernitos para desayunar en todo el centro… ¡maldición!
No en la misma plaza, sino en una de las calles, se encuentra un puesto especializado en pato, Le ferme du Roc: a los foies y magrets, se le añaden las longanizas y el boudin –como una butifarra negra-, chicharrones y demás derivados.
Una de las cosas que más nos llamó la atención fue que la grasita del micuit era blanca, en vez de amarillenta. El dependiente nos explicó que era porque alimentaban los patos con maíz blanco, de cultivo local.
Y la diferencia no sólo está en el color, ya que la capa de grasa era muy fina y consistente, incluso a temperatura ambiente y no era de las que se quedan pegadas en el paladar.
Para acompañar el magret compramos una jalea de escaramujo o zarzarrosa –aunque confieso que no sabíamos que eglantines significaba eso- de un puestito de mermeladas artesanas.
A la hora de comprar quesos, el puesto que nos cautivó estaba dentro del mercado cubierto. La fromagerie Bousquet pone muy difícil la elección, pues a cada cual más apetitoso…
¡Podéis tomar nota porque estos tres están buenísimos!
¡Ya podéis imaginar los aromas que disfrutamos dentro del coche durante las más de 3 horas de camino hasta Barcelona!