Reconozco abiertamente que para mi tiene algo de especial retirar la tapita de plástico que corona el vaso blanco de cartón de Starbucks y sentir el aroma de un café moka. También es cierto que ya no sucumbo tan a menudo, y no solo por los 3,90 euros que cuesta el caprichito.
A lo que no renuncio cada vez que vuelvo a mi ciudad es a visitar Can Joan de s’Aigo, a pesar de las colas que se forman para poder conseguir una mesa -sobre todo en época navideña-, algo nada habitual en Mallorca, por no decir inexistente.
De niña soñaba con que me llevaran a merendar un chocolate con un cuarto -un bizcocho muy ligero y aéreo que da sensación de frescor al contacto con la lengua-, de hecho los niños con suerte celebraban allí sus fiestas de cumpleaños. Hasta que llegó el maldito Mc Donald’s, el Happy Meal y la puñetera área de juegos.
Ubicado en el casco antiguo de Palma desde 1700, hace no muchos abrió una sucursal en una zona comercial, y lejos de minimalismos y rollos zen, reprodujeron el estilo de la casa original: mesas de madera y marmol, sillas tapizadas en terciopelo rojo, lámparas de lágrimas de cristal, oropeles y marcos dorados… Dan ganas de correr, pero no de Can Joan de s’Aigo.
En las mesas, adolescentes a la última moda comparten un helado de fresa o de leche merengada -todos son caseros- con una coca de patata, una ensaïmada o un cuarto; a su lado ocho octogenarias ríen y calientan el espíritu con un chocolate bien caliente, quizá un café con leche la más presumida que se repasa el rojo de labios con un pequeño espejito tras haber comprobado que no le quedan restos de azúcar glas del cuarto en la comisura de los labios.

Probablemente muchos darán por hecho que, ante tanta demanda y la calidad, la cuenta se resiente, pero no. Un chocolate y un cuarto o ensaïmada cuestan 3 euros.